dijous, 7 de juny del 2018

Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé (1966)


EL MONTE CARMELO ES UNA COLINA DESNUDA y árida situada al noroeste de la ciudad. Manejados los invisibles hilos por expertas manos de niño, a menudo se ven cometas de brillantes colores en el azul del cielo, estremecidas por el viento, asomando por encima de la cumbre igual que escudos que anunciara n un sueño guerrero. En los grises años de la postguerra, cuando el estómago vacío y e l piojo verde exigían cada día algún sueño que hiciera más soportable la realidad, el Mo nte Carmelo fue predilecto y fabuloso campo de aventuras de los desarrapados niños de los barrios de Casa Baró, del Guinardó y de La Salud. Subían a lo alto, donde silba el vient o, a lanzar cometas de tosca fabricación casera, hechas con pasta de harina, cañas, trapos y papel de periódico: durante mucho tiempo temblaron, coletearon furiosamente en el cie lo de la ciudad, fotografías y noticias del avance alemán en los frentes de Europa, reinaba la muerte y la desolación, el racionamiento semanal de los españoles, la miseria y el hambre
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Quién sabe si al ver llegar a los r efugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio nacional, de la isla inundada para siempre, del paraíso perdido que este Monte Carmelo iba a ser en los años inmediatos
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Y son los mismos pensamientos, la misma impaciencia de entonc es la que invade hoy los gestos y las miradas de los jóvenes del Carmelo al contemplar la ciudad desde lo alto, y en consecuencia los mismos sueños, no nacidos aquí, si no que ya viajaron con ellos, o en la entraña de sus padres emigrantes. Impaciencias y su eños que todas las madrugadas se deslizan de nuevo ladera abajo, rodando por encima de las azoteas de la ciudad que se despereza, hacia las luces y los edificios que emer gen entre nieblas. Indolentes ojos negros todavía no vencidos, con los párpados entornados, r ecelosos, consideran con desconfianza el inmenso lecho de brumas azulinas y las luces que diariamente prometen, vistas desde arriba, una acogida vagamente nupcial, una sensació n realmente física de unión con la esperanza. En las luminosas mañanas del verano, cua ndo las pandillas de niños se descuelgan en racimos por las laderas y levantan el polvo con sus pies, el Monte Carmelo es como una pantalla de luz.

http://smaris.edu.ec/wp-content/uploads/2017/03/Marse-Juan-Ultimas-Tardes-Con-Teresa-3ro-BI.pdf