"Siempre era así: cualquier acontecimiento, bueno o malo, tenía alguna relación
con ella. De noche, cuando amarraban el buque y la mayoría de los pasajeros caminaban
sin consuelo por las cubiertas, él repasaba casi de memoria los folletines ilustrados bajo
la lámpara de carburo del comedor, que era la única encendida hasta el amanecer, y los
dramas tantas veces releídos recobraban su magia original cuando él sustituía a los
protagonistas imaginarios por conocidos suyos de la vida real, y se reservaba para sí y
para Fermina Daza los papeles de amores imposibles. Otras noches le escribía cartas de
zozobra, cuyos fragmentos esparcía después en las aguas que corrían sin cesar hacia
ella. Así se le iban las horas más duras, encarnado a veces en un príncipe tímido o en un
paladín del amor, y otras veces en su propio pellejo escaldado de amante en el olvido,
hasta que se alzaban las primeras brisas y se iba a dormitar sentado en las poltronas del
barandal."
El amor en tiempos del cólera, Gabriel García Márquez
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