Detesto esa manía actual de la prensa de no ahorrarle al lector o al espectador las imágenes más brutales —o será que las piden éstos, seres trastornados en su conjunto; pero nadie pide nunca más que lo que ya conoce y se le ha dado—, como si la descripción con palabras no bastara y sin el más mínimo miramiento hacia el individuo brutalizado, que ya no puede defenderse ni preservarse de las miradas a las que no se habría sometido jamás con su conciencia alerta, como no se habría expuesto ante desconocidos ni conocidos en albornoz o en pijama, juzgándose impresentable. (pàg 27)
Se convive sin problemas con mil misterios irresueltos que nos ocupan
diez minutos por la mañana y a continuación se olvidan sin dejarnos
escozor ni rastro. Precisamos no ahondar en nada ni quedarnos largo rato
en ningún hecho o historia, que se nos desvíe la atención de una cosa a
otra y que se nos renueven las desgracias ajenas, como si después de
cada una pensáramos: ‘Ya, qué espanto. Y qué más. ¿De qué otros horrores
nos hemos librado? Necesitamos sentirnos supervivientes e inmortales a
diario, por contraste, así que cuéntennos atrocidades distintas, porque
las de ayer ya las hemos gastado’ (pàg 51)
Hagamos lo que hagamos, estaremos siempre esperando; como muertos de permiso (pàg. 62)
Tal vez le daba lo mismo quién yo fuera, le bastaba con tenerme como
interlocutor no gastado, con quien podía empezar desde el principio. Es
otro de los inconvenientes de padecer una desgracia: al que la sufre los
efectos le duran mucho más de lo que dura la paciencia de quienes se
muestran dispuestos a escucharlo y acompañarlo, la incondicionalidad
nunca es muy larga si se tiñe de monotonía. Y así, tarde o temprano, la
persona triste se queda sola cuando aún no ha terminado su duelo o ya no
se le consiente hablar más de lo que todavía es su único mundo, porque
ese mundo de congoja resulta insoportable y ahuyenta. Se da cuenta de
que para los demás cualquier desdicha tiene fecha de caducidad social,
de que nadie está hecho para la contemplación de la pena, de que ese
espectáculo es tolerable tan sólo durante una breve temporada, mientras
en él hay aún conmoción y desgarro y cierta posibilidad de protagonismo
para los que miran y asisten, que se sienten imprescindibles,
salvadores, útiles. Pero al comprobar que nada cambia y que la persona
afectada no avanza ni emerge, se sienten rebajados y superfluos, lo
toman casi como una ofensa y se apartan: ‘¿Acaso no le basto? ¿Cómo es
que no sale del pozo, teniéndome a mí a su lado? ¿Por qué se empeña en
su dolor, si ya ha pasado algún tiempo y yo le he dado distracción y
consuelo? Si no puede levantar la cabeza, que se hunda o que
desaparezca’. Y entonces el abatido hace esto último, se retrae, se
ausenta, se esconde (pàg. 85)
Sí, todos somos remedos de gente que casi nunca hemos conocido, gente
que no se acercó o pasó de largo en la vida de quienes ahora queremos, o
que sí se detuvo pero se cansó al cabo del tiempo y desapareció sin
dejar rastro o sólo la polvareda de los pies que van huyendo, o que se
les murió a esos que amamos causándoles mortal herida que casi siempre
acaba cerrándose. No podemos pretender ser los primeros, o los
preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras,
los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco
noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las
mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y
el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y
aun así daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien
rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a
los naipes o nos recogió de los desperdicios; inverosímilmente logramos
convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que
creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo
cuando ya agoniza el verano…’ (pàg. 150)
Text complet: http://read24.ru/fb2/javier-marías-los-enamoramientos/